lunes, 10 de marzo de 2008

H.P. y el Príncipe Mestizo. 1ª clase

sonó el timbre de la clase de dos horas de Pociones que tenían esa tarde, y juntos se encaminaron hacia la mazmorra que durante tanto tiempo había sido territorio de Snape.
Cuando llegaron al pasillo, comprobaron que tan sólo una docena de alumnos iban a cursar el nivel de ÉXTASIS. Crabbe y Goyle no habían conseguido la nota mínima requerida en sus TIMOS, pero otros cuatro alumnos de Slytherin sí la habían alcanzado, entre ellos Malfoy. También había cuatro alumnos de Ravenclaw y uno de Hufflepuff, Ernie Macmillan, que a Harry le caía bien pese a su ampulosa manera de hablar.
—Buenas tardes, Harry —dijo Ernie con solemnidad al verlo acercarse, y le tendió la mano—. Esta
mañana, en Defensa Contra las Artes Oscuras, no hemos tenido ocasión de saludarnos. Ha sido una clase interesante, aunque los encantamientos escudo no son nada nuevo para nosotros, los veteranos del ED... ¡Hola, Ron! ¡Hola, Her-mione! ¿Cómo estáis?
Apenas habían respondido con un breve «Bien» cuando se abrió la puerta de la mazmorra y la barriga de Slug-horn salió por ella precediéndolo. Mientras los alumnos entraban en fila en el aula, el enorme bigote de morsa de Slughorn se curvó hacia arriba debido a la radiante sonrisa del profesor, quien saludó con especial entusiasmo a Harry y Zabini.
La mazmorra ya estaba llena de vapores y extraños olores, lo cual sorprendió a los alumnos. Harry, Ron y Hermione olfatearon con interés al pasar por delante de unos grandes y burbujeantes calderos. Los cuatro alumnos de Slytherin se sentaron juntos a una mesa, y lo mismo hicieron los cuatro de Ravenclaw. Harry y sus dos amigos tuvieron que compartir mesa con Ernie. Eligieron la que estaba más cerca de un caldero dorado que rezumaba uno de los aromas más seductores que Harry había inhalado jamás: una extraña mezcla de tarta de melaza, palo de escoba y algo floral que le parecía haber olido en La Madriguera. Se dio cuenta de que respiraba lenta y acompasadamente y que los vapores de la poción se estaban propagando por su cuerpo como si fueran una bebida. Lo embargó una gran satisfacción y miró sonriendo a Ron, que le devolvió una sonrisa perezosa.
—Muy bien, muy bien —dijo Slughorn, cuyo colosal contorno oscilaba detrás de las diversas nubes de vapor—. Sacad las balanzas y el material de pociones, y no olvidéis los ejemplares de Elaboración de pociones avanzadas...
—Señor... —dijo Harry levantando la mano. —¿Qué pasa, Harry?
—No tengo libro, ni balanza, ni nada. Y Ron tampoco. Verá, es que no sabíamos que podríamos cursar el ÉXTASIS de Pociones...
—¡Ah, sí! Ya me lo ha comentado la profesora McGonagall. No te preocupes, amigo mío, no pasa nada. Hoy podéis utilizar los ingredientes del armario de material, y estoy seguro de que encontraremos alguna balanza. Además, aquí hay unos libros de texto de otros años que servirán hasta que podáis escribir a Flourish y Blotts...
Slughorn se dirigió hacia un armario que había en un rincón y, tras hurgar en él, regresó con dos ejemplares viejos de Elaboración de pociones avanzadas, de Li-batius Borage, que entregó a Harry y Ron junto con dos deslustradas balanzas.
—Muy bien —dijo, y regresó al fondo de la clase hinchando el pecho, ya muy abultado, hasta tal punto que los botones del chaleco amenazaron con desprendérsele—. He preparado algunas pociones para que les echéis un vistazo. Es de esas cosas que deberíais poder hacer cuando hayáis terminado el ÉXTASIS. Seguro que habréis oído hablar de ellas, aunque nunca las hayáis preparado. ¿Alguien puede decirme cuál es ésta?
Señaló el caldero más cercano a la mesa de Slytherin. Harry se levantó un poco del asiento y vio que en el cacharro hervía un líquido que parecía agua normal y corriente.
La bien adiestrada mano de Hermione se alzó antes que ninguna otra; Slughorn la señaló.
—Es Veritaserum, una poción incolora e inodora que obliga a quien la bebe a decir la verdad —contestó Hermione.
—¡Estupendo, estupendo! —la felicitó el profesor, muy complacido—. Esta otra —continuó, y señaló el caldero cercano a la mesa de Ravenclaw— es muy conocida y últimamente aparece en unos folletos distribuidos por el ministerio. ¿Alguien sabe...?
La mano de Hermione volvió a ser la más rápida.
—Es poción multijugos, señor —dijo.
Harry también había reconocido la sustancia, que borboteaba con lentitud y tenía una consistencia parecida a la del lodo, pero no le molestó que Hermione contestara una vez más al profesor; al fin y al cabo, era ella quien había conseguido prepararla en su segundo año en Hogwarts.
—¡Excelente, excelente! Y ahora, esta de aquí... ¿Sí, querida? —dijo Slughorn mirando con cierto desconcierto a Hermione, que volvía a tener la mano levantada.
—¡Es Amortentia!
—En efecto. Bien, parece innecesario preguntarlo —dijo Slughorn, impresionado—, pero supongo
que sabes qué efecto produce, ¿verdad?
—Es el filtro de amor más potente que existe —respondió Hermione.
—¡Exacto! La has reconocido por su característico brillo nacarado, ¿no?
—Sí, y porque el vapor asciende formando unas inconfundibles espirales —agregó ella con entusiasmo—. Y se supone que para cada uno tiene un olor diferente, según lo que nos atraiga. Yo huelo a césped recién cortado y a pergamino nuevo ya... —Pero se sonrojó un poco y no terminó la frase.
—¿Puedes decirme tu nombre, querida? —le preguntó Slughorn sin reparar en su bochorno.
—Me llamo Hermione Granger, señor.
—¿Granger? ¿Granger? ¿Tienes algún parentesco con Héctor Dagworth-Granger, fundador de la Rimbombante Sociedad de Amigos de las Pociones?
—No, me parece que no, señor. Yo soy hija de muggles.
Harry vio cómo Malfoy se inclinaba hacia Nott para decirle algo al oído y ambos reían por lo bajo. Slughorn sonrió radiante y miró a Harry, sentado al lado de Hermione.
—¡Aja! ¡«Una de mis mejores amigas es hija de muggles y es la mejor alumna de mi curso»! Deduzco que ésta es la amiga de que me hablaste, ¿no, Harry?
—Sí, señor.
—Vaya, vaya. Veinte bien merecidos puntos para Gryf-findor, señorita Granger —concedió afablemente Slughorn.
Malfoy puso la misma cara que la vez que Hermione le pegó un puñetazo en la cara. Ella miró a Harry con expresión radiante y le susurró:
—¿De verdad le dijiste que era la mejor del curso? ¡Oh, Harry!
—¿Y qué tiene eso de raro? —repuso en voz baja Ron, que por algún motivo parecía contrariado—. ¡Eres la mejor del curso! ¡Yo también se lo habría dicho si me lo hubiera preguntado!
Hermione sonrió y se llevó un dedo índice a los labios, pidiendo silencio para escuchar al profesor. Ron arrugó la frente.
—Por supuesto, la Amortentia no crea amor. Es imposible crear o imitar el amor. Sólo produce un intenso encaprichamiento, una obsesión. Probablemente sea la poción más peligrosa y poderosa de todas las que hay en esta sala. Sí, ya lo creo —insistió, y asintió con gesto grave hacia Malfoy y Nott, que sonreían con escepticismo—. Cuando hayáis vivido tanto como yo, no subestimaréis el poder del amor obsesivo... Bien, y ahora ha llegado el momento de ponerse a trabajar.
—Señor, todavía no nos ha dicho qué hay en ése —dijo Ernie Macmillan señalando el pequeño caldero negro que había en la mesa de Slughorn. La poción que contenía salpicaba alegremente; tenía el color del oro fundido y unas gruesas gotas saltaban como peces dorados por encima de la superficie, aunque no se había derramado ni una partícula.
—¡Aja! —asintió Slughorn. Harry intuyó que al profesor no se le había olvidado esa poción, sino que había esperado a que algún alumno le preguntara para lograr un efecto más impactante—. Sí. Ésa. Bueno, ésa, damas y caballeros, es una poción muy curiosa llamada Félix Felicis. No tengo ninguna duda, señorita Granger —añadió dándose la vuelta, risueño, y mirando a Hermione, que había soltado un gritito de asombro—, de que sabes qué efecto produce el Félix Felicis.
—¡Es suerte líquida! —respondió ella con emoción—. ¡Te hace afortunado!
La clase entera se enderezó un poco en los asientos. Harry ya sólo veía la parte de atrás del lacio cabello rubio de Malfoy, que por fin le dedicaba a Slughorn toda su atención.
—Muy bien. Otros diez puntos para Gryffindor. Sí, el Félix Felicis es una poción muy interesante —prosiguió el profesor—. Dificilísima de preparar y de desastrosos efectos si no se hace bien. Sin embargo, si se elabora de manera correcta, como es el caso de ésta, el que la beba coronará con éxito todos sus empeños, al menos mientras duren los efectos de la poción.
—¿Por qué no la bebe todo el mundo siempre, señor? —preguntó Terry Boot.
—Porque su consumo excesivo produce atolondramiento, temeridad y un peligroso exceso de confianza. Ya sabes, todos los excesos son malos... Consumida en grandes cantidades resulta altamente tóxica, pero ingerida con moderación y sólo de forma ocasional...
—¿Usted la ha probado alguna vez, señor? —preguntó Michael Córner.
—Dos veces en la vida —reconoció Slughorn—. Una vez cuando tenía veinticuatro años, y otra a los cincuenta y siete. Dos cucharadas grandes con el desayuno. Dos días perfectos. —Se quedó con la mirada perdida, con aire soñador. Harry pensó que tanto si hacía teatro como si no, estaba logrando la reacción que buscaba—. Y eso —dijo tras regresar a la tierra— es lo que os ofreceré como premio al finalizar la clase de hoy.
Todos guardaron silencio, y durante unos instantes el sonido de cada burbuja y cada salpicadura de las pociones bullentes se multiplicó por diez.
—Una botellita de Félix Felicis —añadió Slughorn, y se sacó del bolsillo una minúscula botella de cristal con tapón de corcho que enseñó a sus alumnos—. Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte. Desde el amanecer hasta el ocaso, tendréis éxito en cualquier cosa que os propongáis. Ahora bien, debo advertiros que el Félix Felicis es una sustancia prohibida en las competiciones organizadas, como por ejemplo eventos deportivos, exámenes o elecciones. De modo que el ganador sólo podrá utilizarla un día normal. ¡Pero verá cómo éste se convierte en un día extraordinario!
»Veamos —continuó Slughorn, adoptando un tono más enérgico—, ¿cómo podéis ganar mi fabuloso premio? Pues bien, abriendo el libro Elaboración de pociones avanzadas por la página diez. Nos queda poco más de una hora, tiempo suficiente para que obtengáis una muestra decente del Filtro de Muertos en Vida. Ya sé que hasta ahora nunca habíais preparado nada tan complicado, y desde luego no espero resultados perfectos, pero el que lo haga mejor se llevará al pequeño Félix. ¡Adelante!
Se oyeron chirridos y golpes metálicos cuando los alumnos arrastraron sus calderos y empezaron a añadir pesas a las balanzas, pero no intercambiaron ni una palabra. La concentración que reinaba en el aula era casi tangible. Harry vio a Malfoy hojear febrilmente su ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas; era evidente que se había propuesto conseguir ese día de suerte. Harry se apresuró a abrir el maltratado libro que Slughorn le había prestado.
Le fastidió comprobar que su anterior propietario había escrito notas en las páginas, de modo que los márgenes estaban tan negros como las partes impresas. Acercando la vista a la página para descifrar los ingredientes (pues incluso allí había anotaciones y aparecían tachadas algunas palabras), fue hasta el armario del material para coger rápidamente lo que necesitaba. Cuando volvía presuroso hacia su caldero, vio a Malfoy cortando raíces de valeriana a toda prisa.
Cada alumno echaba vistazos alrededor para ver qué hacía el resto de la clase; eso era la gran ventaja y el gran inconveniente de las clases de Pociones: resultaba difícil que unos no espiaran el trabajo de los otros. Al cabo de diez minutos, el aula se había llenado de un vapor azulado. Como siempre, Hermione llevaba la delantera. Su poción ya se había convertido en «un líquido homogéneo de color grosella negra», como el libro describía la etapa intermedia ideal. Después de trocear las raíces que había cogido, Harry volvió a inclinarse sobre el libro. Resultaba muy incómodo descifrar las indicaciones que daban los estúpidos garabatos de su anterior dueño, que por algún motivo había tachado «cortar el grano de sopóforo». En su lugar había anotado una instrucción alternativa: «aplastar con la hoja de una daga de plata; se obtiene más jugo que cor-tando».
—Señor, seguro que conoció usted a mi abuelo, Abraxas Malfoy.
Harry levantó la cabeza; Slughorn pasaba en ese momento por la mesa de Slytherin.
—Así es —asintió Slughorn sin mirar a Malfoy—. Sentí mucho enterarme de su muerte, aunque no fue nada inesperado, por supuesto: viruela de dragón a su edad...
Y siguió caminando. Harry se inclinó de nuevo sobre su caldero y sonrió. Malfoy se había llevado un chasco, pues esperaba que lo trataran como a él o a Zabini, o quizá confiaba en gozar de un trato preferente como el que siempre había recibido de Snape. Al parecer, Malfoy tendría que valerse únicamente de su talento para ganar la botella de Félix Felicis.
A Harry le estaba costando mucho cortar su grano de sopóforo. Así que miró a Hermione y le pidió prestado su cuchillo de plata.
Ella asintió sin apartar los ojos de su poción, que todavía tenía un color morado oscuro, aunque según el libro ya debería haberse vuelto de un lila más claro.
Harry aplastó el reseco grano con la hoja de la daga y se sorprendió al ver que, de inmediato, éste exudaba tal cantidad de jugo que parecía mentira que lo hubiera contenido. Lo metió deprisa en el caldero y observó, fascinado, cómo la poción adquiría al instante el tono exacto de lila descrito en el libro.
Se le pasó de golpe el enfado con el anterior propietario y leyó la siguiente línea de instrucciones. Según el libro, la poción debía removerse en sentido contrario a las agujas del reloj hasta que se volviera transparente como el agua. Sin embargo, según el comentario añadido por aquel desconocido, debía removerse una vez en el sentido de las agujas del reloj después de cada siete veces en sentido contrario. ¿Y si acertaba de nuevo?
Harry removió la poción en sentido contrario a las agujas del reloj siete veces, contuvo el aliento y removió una vez en el sentido de las agujas del reloj. El efecto fue inmediato: la poción se tornó rosa claro.
—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Hermione, que tenía las mejillas encendidas y el cabello cada vez más encrespado a causa de los vapores que rezumaba su caldero; su poción todavía presentaba un color morado intenso.
—Remueve una vez en el sentido de las agujas del reloj...
—¡No, no, el libro dice que hay que remover en sentido contrario a las agujas del reloj! —se empeñó ella.
Harry se encogió de hombros y siguió con lo suyo. Siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj, una en el sentido de las agujas del reloj, pausa; siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj...
Al otro lado de la mesa, Ron maldecía por lo bajo; su poción parecía regaliz líquido. Harry miró alrededor y comprobó que ninguna poción se había vuelto tan clara como la suya. Estaba eufórico, algo que nunca le había pasado en esa mazmorra.
—¡Tiempo! —anunció Slughorn—. ¡Parad de remover, por favor!
A continuación se paseó despacio entre las mesas mirando en el interior de los calderos. No hacía ningún comentario, pero de vez en cuando agitaba un poco alguna poción, o la olfateaba. Al fin llegó a la mesa de Harry, Ron, Hermione y Ernie. Sonrió con indulgencia al ver la sustancia parecida al alquitrán que había obtenido Ron, pasó por alto el brebaje azul marino de Ernie y al ver la poción de Hermione asintió en señal de aprobación. Entonces vio la de Harry, y una expresión de júbilo le iluminó el rostro.
—¡He aquí el ganador, sin duda! —exclamó para que lo oyeran todos—. ¡Excelente, Harry, excelente! ¡Caramba, es evidente que has heredado el talento de tu madre! Lily tenía muy buena mano para las pociones. Así pues, aquí tienes: una botella de Félix Felicis, ¡y empléala bien!
Harry se guardó la botellita de líquido dorado en el bolsillo interior de la túnica; sentía una extraña mezcla de satisfacción ante las miradas rabiosas de los alumnos de Slytherin y de culpa ante la visible decepción de Hermione. Ron estaba sencillamente atónito.
—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó ella cuando salieron de la mazmorra.
—Supongo que he tenido suerte —contestó Harry porque Malfoy estaba cerca y podía oírlos.
Pero a la hora de comer, una vez instalados en la mesa de Gryffindor, Harry se sintió lo bastante a salvo de indiscreciones para contarles la verdad a sus amigos. La mirada de Hermione se iba endureciendo a cada palabra que pronunciaba Harry.
—Supongo que no pensarás que he hecho trampas —concluyó el muchacho, exasperado por la cara con que lo miraba su amiga.
—Hombre, tampoco puede decirse que hayas hecho el trabajo tú solo —repuso ella con frialdad.
—Lo único que hizo fue seguir unas instrucciones distintas de las que seguiste tú —razonó Ron—. El resultado habría podido ser catastrófico, ¿no? Pero Harry se arriesgó y le salió bien. —Exhaló un suspiro—. Slughorn habría podido darme a mí ese libro, pero no, a mí me dio uno sin ninguna anotación. Eso sí, creo que alguien le vomitó encima en la página cincuenta y dos...
—Un momento —dijo una voz cerca del oído de Harry, y el muchacho percibió una vaharada del perfume floral que había olido en la mazmorra de Slughorn. Era Ginny, que se unía a ellos—. ¿He oído bien? ¿Has seguido las instrucciones anotadas por alguien en un libro, Harry?
Ginny parecía enfadada y alarmada. Harry enseguida supo en qué estaba pensando.
—Descuida —la tranquilizó, bajando la voz—. No tiene nada que ver con... el diario de Ryddle. Sólo se trata de un viejo libro de texto en el que alguien hizo unos garabatos.
—Pero tú has hecho lo que ponía el libro, ¿no?
—Sólo probé algunos consejos anotados en los márgenes. En serio, Ginny, no hay nada de raro en...
—Ginny tiene razón —coincidió Hermione volviendo a animarse—. Tenemos que comprobar que no sea nada raro. Quién sabe, esas extrañas instrucciones...
—¡Eh! —protestó Harry al ver que su amiga le sacaba el viejo ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas de la mochila y levantaba la varita.
—¡Specialis revelio! —exclamó Hermione, y golpeó la cubierta del libro con la punta de la varita.
No pasó nada. El libro siguió allí, igual de viejo, sucio y sobado que antes, sin alterarse lo más mínimo.
—¿Has terminado? —dijo Harry, molesto—. ¿O quieres esperar por si se pone a dar volteretas?
—Parece normal —admitió ella, pero siguió observándolo con recelo—. Es decir, parece... un libro de texto normal y corriente.
—Estupendo. Entonces me lo llevo —repuso él, agarrándolo, pero el libro se le escurrió y fue a parar abierto al suelo.
Harry se agachó para recogerlo y vio algo anotado en la última página. Tenía la misma caligrafía pequeña y apretada de las instrucciones gracias a las cuales había ganado la botella de Félix Felicis, que ya había guardado dentro de un calcetín que, a su vez, había escondido en su baúl. La anotación rezaba:
Este libro es propiedad del Príncipe Mestizo.

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