lunes, 10 de marzo de 2008

H.P. y el Príncipe Mestizo. 3ª clase

Ella lo miró con gesto de leve súplica.
—Tienes que conseguir ese recuerdo como sea, Harry —insistió por enésima vez—. Hay que pararle los pies a Voldemort. Todas estas cosas horribles que están pasando tienen que ver con él...
El timbre sonó en el castillo, y Hermione y Ron se incorporaron de un brinco con cara de susto.
—Ánimo, lo haréis muy bien —les dijo Harry cuando se dirigían hacia el vestíbulo para reunirse con el resto de los estudiantes que iban a examinarse de Aparición—. ¡Buena suerte!
—¡Y tú también! —dijo Hermione con una mirada cómplice, pues Harry se dirigía hacia las mazmorras.
Esa tarde sólo había tres alumnos en la clase de Pociones: Harry, Ernie y Draco.
—¿Los tres sois demasiado jóvenes para apareceros? —sonrió Slughorn—. ¿Todavía no habéis cumplido los diecisiete? —Los chicos negaron con la cabeza—. Bueno, como hoy somos muy pocos, haremos algo divertido. ¡Cada uno de vosotros preparará algo gracioso!
—¡Excelente idea, señor! —lo aduló Ernie, frotándose las palmas.
Malfoy, en cambio, ni siquiera esbozó una sonrisa.
—¿Qué quiere decir con «algo gracioso»? —masculló.
—Lo que queráis. ¡A ver si me sorprendéis, muchachos! —contestó Slughorn.
Malfoy, enfurruñado, abrió su ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas. Estaba clarísimo que consideraba que aquella clase era una pérdida de tiempo. Mientras lo observaba por encima de su libro, Harry pensó que a Malfoy le daba rabia perder ese rato que habría podido pasar en la Sala de los Menesteres.
¿Eran imaginaciones suyas o Malfoy, al igual que Tonks, había adelgazado? Estaba más pálido y su piel todavía se veía grisácea; probablemente hacía mucho que apenas veía la luz del día. Pero ya no mostraba aquel aire de suficiencia y superioridad, y menos aún la fanfarronería que había exhibido en el expreso de Hogwarts cuando alardeaba con descaro de la misión que le había asignado Voldemort... Según Harry, eso sólo podía tener una explicación: la misión, fuera la que fuese, no iba por buen camino. Animado por esa idea, Harry se puso a hojear su ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas y encontró una receta muy corregida por el Príncipe Mestizo de un «Elixir para provocar euforia» que correspondía a lo que acababa de pedirles Slughorn. Y no sólo eso: el cora-zón le dio un brinco de alegría cuando cayó en la cuenta de que, si conseguía persuadirlo de que probara un poco de esa poción, quizá el profesor se pondría de tan buen humor que accedería a entregarle el recuerdo.
—Caramba, esto tiene una pinta estupenda —dijo Slughorn una hora y media más tarde, al contemplar el contenido de color amarillo intenso del caldero de Harry—. Es Euforia, ¿verdad? ¿Yqué es ese olor? Hum... Has añadido una ramita de menta, ¿no? Poco ortodoxo, pero qué inspiración, muchacho. Claro, eso contrarrestará los posibles efectos secundarios: tendencia exagerada a cantar y picor en la nariz. De verdad, no sé de dónde sacas estas ideas luminosas, hijo mío, a menos... —Harry empujó disimuladamente el libro del Príncipe Mestizo con el pie y lo remetió un poco más en su mochila— que sean los genes heredados de tu madre.
—Sí, quizá sea eso —dijo él con alivio.
Ernie, que estaba muy enfurruñado y decidido a eclipsar a Harry por una vez, inventó precipitadamente su propia poción, pero se había cuajado y formaba una especie de puré morado en el fondo de su caldero. Malfoy empezó a recoger sus cosas con cara de pocos amigos, pues Slughorn le concedió un simple «pasable» a su infusión de hipo. Ambos abandonaron el aula en cuanto sonó el timbre.
Harry decidió intentarlo.
—Señor —dijo, pero Slughorn, al advertir que se habían quedado solos, se dio toda la prisa que pudo en recoger sus cosas—. Profesor... Profesor, ¿no quiere probar mi po...?
Pero Slughorn ya se había marchado. Desanimado, el muchacho vació el caldero, guardó sus cosas, salió de la mazmorra y subió despacio a la sala común.
Ron y Hermione volvieron a última hora de la tarde.

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